viernes, 18 de noviembre de 2011

El Capitan Hankcrow.......

En prevision de un posible auge del transporte comercial marítimo, debido a las nuevas relaciones diplomaticas con el resto de Evaldaric, tememos un rebrote del viejo problema de la piratería. Por este motivo, bajo mandato del Canciller Supremo, nuestro Gran Almirante, el Keneg Ulfred IV Lendelor, ha comenzado a contratar marinos mercenarios para el apoyo y vigilancia de las rutas comerciales, hasta que la nueva Armada de la República este de nuevo operativa.
El ampliamente conocido, y antaño pirata, Capitán Hankcrow, terror del estrecho de Voros, se ha sumado a nuestra causa junto a su navío, el Invencible.




Permanecerá anclado en Limann Edekon hasta la próxima Décima, que partirá de incógnito a reconocer los baluartes secretos de los piratas.

El Compromiso de Kaising. Parte I


Malak se encontraba apoyado en su lanza, con la armadura de mallas hecha jirones. Costras de sangre seca y barro le picaban en el rostro, allí donde una flecha le había rozado y por poco le arranca la vida. Estaba cansado de luchar y de esta guerra.
 Aunque era oriundo de Westoë, llevaba años luchando en las filas de la Península de los Baldric, para su señor, el Duque Elifer Wallach, el León.
Valiente y osado, pero ya anciano.
Para que luchamos; era la pregunta mas repetida por todos aquellos guerreros. El país, si podía llamarse así, llevaba décadas en guerra, sino siglos. Alianza tras alianza, se iban rompiendo por motivos estupidos. Cuando no era el dinero, era la tierra, cuando no, la raza.
Supina estupidez la raza. Aquí todos estábamos mezclados. El mismo era medio taani, y Christopher, el compañero que tenia al lado, sentado en el barro, con las botas rotas donde asomaba un dedo gordo bastante amarillo, era medio nórdico y medio arsunni. Nadie aquí era puro. Ni los nobles, ni los reyes.
Su señor tenía un hijo adoptado, al que quería más que a sus propios hijos, y que tenía la piel tan cetrina como el taani más harapiento que hayas visto. Eso si, es cierto que luchaba como un tigre, y era un gran conductor de hombres. El mismo había luchado bajo sus órdenes.
La lucha ya duraba demasiado, y desde la colina donde estaba parado, mientras el ejército esperaba que sus líderes dialogaran con el enemigo, observo el paisaje desolador en el que llevaban luchando más de un mes. Los llanos estaban plagados de muerte, jóvenes cuerpos que imposibilitaban ya la carga de la caballería, en descomposición avanzada. Armas y armaduras, animales y carros, abandonados en el campo de batalla. Otra generación más perdida por la guerra.

Algunos decían que esta vez las cosas cambiarían, porque del otro lado, el Archiduque estaba dispuesto a capitular, y tenia una propuesta. Muchos decían que era la paz. Otros que la rendición. Lo cierto es que el viejo archiduque había caído en batalla, cargando con sus caballeros, pero sus tropas no parecían haber perdido fuelle, al contrario de lo que decían otros, que era el fin de Aurea. Ahora su hijo era el gobernante, un buen estratega y soldado, pero joven.
 Demasiadas veces había asistido a este tipo de diálogos en su vida, como para que el bueno de Malak tuviera alguna esperanza al respecto.
Lo único que el sabia era que miles de familias en esta apestosa isla, convertida en un cenagal, se morían de hambre, que los niños morían desnutridos, y las mujeres ya no tenían fuerzas ni para llorar. Los pocos hombres que quedaban en los pueblos y aldeas eran niños, viejos o algún tullido, el cual solía intentar aprovecharse de las mujeres más desvalidas. El se sentía afortunado, pues no tenía ni mujer ni hijo. Habían muerto hace tiempo, gracias al creador. Ni siquiera sabía como había sido. De repente su aldea y su casa eran pasto de las llamas, no sabía si habían sido los suyos o el enemigo. Que importaba eso ya.

Christopher saco del zurrón un trozo de carne que parecía podrida, o al menos así olía. Lo engullo sin pestañear mientras allí sentado, oteaba el horizonte.

En el horizonte, donde la niebla cubría el campo de batalla, apareció un pequeño punto oscuro. Se movía y avanzaba rápido.
Malak calmo a sus hombres, que se habían levantado con las lanzas listas. Eran una tropa penosa de hombres maduros, sacos de huesos que crujían al moverse por culpa de la humedad, las privaciones y el hambre. Pero sus manos eran como frías garras capaces de empuñar lanza y escudo con una fuerza sobrehumana. El no era su oficial, pero había entrenado a muchos de ellos y lo trataban como tal. Los calmo ya que solo era un jinete, un mensajero.
Con un dolor de huesos indescriptible, Malak se puso en movimiento, bajo de la colina y atravesó las filas de sus hombres, que volvían a quehaceres varios como sentarse, tumbarse o comer algún pedazo de pan mohoso. Malak miro sus caras y solo vio resignación. Un mar de ojos verdes, negros y azules que tan solo miraban al suelo, sin futuro.
Levanto un brazo y saludo al jinete, en el momento que este frenaba a su encabritado corcel. Asió la riendas y con fría parsimonia le pregunto hacia donde iba y que nuevas traía.

El jinete, nervioso y agitado, se quito el yelmo. Barro y sudor corrían por su rostro. Tenía una cara joven, con una pequeña barba castaña, y ojos vivos. Puede que los únicos ojos vivos de aquel lodazal.
Jadeante, miro a Malak con el yelmo en sus manos.

-¿Es que no lo sabéis todavía?...Dios!! cuanto tiempo lleváis aquí.

-Llevamos una eternidad esperando, muchacho. Y tras esa colina esta el resto del regimiento. Ahora solo son heridos y moribundos. Si vas allí, busca una tienda roja en el centro. El oficial es Lord Rever. Un autentico bastardo.

El jinete se coloco el yelmo con prisa y espoleo su montura, la coloco al paso y atravesó a los soldados que ocupaban el camino que bordeaba la colina.
Algo bullía en la mente de Malak mientras veía al jinete, bien armado y con buena montura. Llevaba armadura. No era un simple mensajero. Grito:
      - Ehhh!!  Jinete!! Que nuevas son las que traes.

El jinete continúo un trecho, pero de repente paro. Parecía como si estuviera exhausto, como si el mundo se hubiera parado de repente. Incluso algunos soldados alzaron el rostro y miraban extrañados al jinete.
Un pequeño rayo de luz se abrió paso entre las brumas del cielo, iluminando la armadura del jinete. Tras el barro no se podían apreciar los intrincados motivos que decoraban la armadura.

- El Archiduque ha ofrecido que los cinco reinos firmen la paz.

El aire se le helo a Malak en los pulmones. No pudo ni respirar. Los soldados que allí estaban enmudecieron.
El jinete observo un océano de ojos que le observaban. El tiempo se freno de repente y ni tan solo los pájaros cantaron.
Malak observo su rostro lleno de barro, y vio lágrimas en dos ojos verdes, ahora rojos.

- Y lo acaban de hacer.- dijo. – La guerra se ha acabado-.

El jinete emprendió de nuevo su camino a paso ligero. Parecía que hubiera envejecido de repente.

Sargento Malak