-Tu nombre es muy curioso, Shamino. Suena raro, Sha-Mi-Noooo.....- dice Forbus mientras abre exageradamente la boca al decir las ultimas silabas.
-Pues anda que Forbus....y además conocido como "el cuervo negro"- Shamino hace una mueca y pone una voz afeminada cuando dice el sobrenombre de Forbus- eso si que es raro. Cuervos, puajjj!! Que asco de bichos.
-Ehhhh!!! No hace falta insultar. Solo era una pregunta- brama Forbus- Y el motivo de que me llamen así es....-
-Por aquí, sigueme- Shamino agarra del brazo a Forbus, sin dejarle terminar, y lo arrastra hacia un callejón entre dos casas. Instantes después Forbus esta desorientado.
-No pretenderías entrar por la puerta principal como un Conde o un Barón. Vamos, por aquí llegamos a la puerta de la muralla que da a la zona de cocinas. Hay menos transito y allí nos espera mi amiga Hanna, la cocinera de la que te hable.- a Shamino le brillan los ojos.
El camino serpentea entre varias casas, y poco a poco, se va haciendo mas amplio. Al final desemboca en una avenida llena de carros y personas, que abastecen o sirven al Palacio.
-Pues bien, retomando la conversación anterior- dice Shamino, poniendo una voz de erudito a modo de burla- Mi nombre me viene dado por mi padre, que se llamaba así. Mi madre y el nunca se casaron, pero vivieron mucho tiempo juntos, en tierras lejanas, donde nací yo. Se que se amaban, no pongas esa cara, pero mi padre era un aventurero, igual que yo. Un día, unos compañeros, vinieron a buscarlo para emprender nuevas aventuras y se marcho. Conocieron a mi madre, pero mi padre nunca les hablo de mi, para evitar que le prohibieran ir con ellos. Yo era muy pequeño, y esto lo se por mi madre, pero recuerdo a algunos de ellos. Uno era un hombre de melena rubia, radiante, alguien importante, vestido con armadura. Otro era un hombre mayor, con barba, y solía llevar una ballesta. También iba con ellos un muchacho joven, apenas un mozalbete.
Mi madre regentaba una taberna, que fue donde me crié, y mi padre jamas volvió. Al final tuvimos que cerrar el negocio. Y tras miles aventuras, aquí estoy. Lo único que me queda de el, es esta cinta roja que suelo llevar a veces para recogerme el cabello.
Tras esta alocución ambos hombres llegan a las puertas de servicio, dos portones por los que van entrando carretas cada poco tiempo. En la entrada, acompañada de varios guardias de palacio, se encuentra una mujer joven, rubia, de bellas facciones, y exhuberantes pechos. La muchacha tontea con ellos de modo zalamero, pero no permite que se le acerquen. Al llegar los dos hombres, los guardias se cuadran y bajan las lanzas ante ellos.
-Tranquilos chicos- dice la muchacha, que se interpone entre los hombres, con los brazos en jarras. -Estos son los nuevos mozos de los que os hable. Vamos a ver, muchachos. ¿Sois los mozos que la cocinera mayor pidió o no?- la muchacha esboza una sonrisa al pronunciar la pregunta.
Durante un instante nadie dice nada. Luego Shamino contesta con un parco "si señora"
-Vaya, pensaba que seriáis mas jóvenes, no creo que duréis mucho fregando ollas y cazos. Pero en fin, yo soy una mandada. Seguidme. Hasta la vista chicos- dice al pasar cerca de los guardias, los cuales no quitan ojo de modo descarado al bamboleo de sus posaderas.
Los dos hombres siguen a la muchacha por el interior de lo que parecen interminables pasillos de cocinas. Tras un buen rato, giran una esquina para entrar en un pequeño almacén. Se hace el silencio. La muchacha se gira ante ellos, y se queda mirando a Shamino. Forbus no puede evitar desviar la mirada hacia esos gigantescos pechos.
Shamino y la muchacha se acercan el uno al otro, y tras un instante de silencio, comienzan a besarse como dos animales, y acaban rodando por el suelo.
Forbus no sabe que hacer así que comienza a silbar y se mete las manos en los bolsillos. Tras unos momentos, las dos figuras paran de revolcarse en el suelo y se levantan, intentando adecentarse un poco.
-Esto....ejem...bueno, lo siento Forbus, llevábamos días sin vernos. Esta es Hanna. Este es Forbus, el hombre del que te hable.- dice Shamino algo sonrojado.
-Ah, si. El enamorado.- sonríe la muchacha mientras se arregla el vestido. Realmente es una belleza.
- Por cierto, debemos darnos prisa, si queremos pasarte hacia los jardines. Usaremos una puerta de servicio que hay tras la tapia del muro. Se usa para servir a los señores si están en estos jardines. Pero ya nadie viene por aquí. El problema es que para pasar la tapia se usa un portón con llave, y no la tengo. Pero el muro es muy bajo. La Dama suele pasear por allí algunos días cuando atardece. Espero que tengas suerte hoy.- dicho esto, tras una mirada fuera del almacén, los tres se aventuran raudos en el caos que son las cocinas de palacio.
Hanna, la cocinera |
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